5:46 de la madrugada. Departamento de Cusco. Luis mira por su ventana como ya todos sus cultivos se han helado. “Otra cagada más”, piensa. Por su cabeza pasan los miles de soles en pérdidas, a lo que hay que sumarle pandemia, paros, protestas y malas políticas económicas. Sí, “otra cagada más” por la que tienen que pasar los cusqueños.
Cada año la temporada de heladas se pone peor y las promesas de apoyar a la agricultura para palear el efecto de estos episodios, sigue siendo eso: una promesa. Dentro de todo, Luis la sobrevive bien. Un par de kilómetros hacia el interior, Doña Rosa mira angustiada cómo su hijo José está al borde de la hipotermia.
Lo peor de la temporada de heladas no es la que congela hasta matar cultivos, animales y personas. Lo peor es que congela las esperanzas. Porque cada año, cada cusqueño piensa “no será peor que el año anterior”. Pero lo es. Y a pesar de que lo saben, no hay un político que sea capaz de verlo.
En el fondo, Luis y Rosa saben que no basta con esperar a que las heladas pasen. El mejorar su situación depende de ellos. Como siempre, un mejor Cusco depende de los cusqueños y de su propia capacidad de salir adelante. Un problema que todos los años está ahí, pero al que solo reaccionamos tardíamente.
Para poder anteponernos a estos problemas, dependemos de que las personas correctas estén en los lugares de poder: el gobierno, la empresa privada, etc., cosa que no hemos visto jamás. Pero, aunque haga mucho frío, no permitiremos que el sueño se congele, porque no hay nada que el cambio de ciclo que el Perú necesita.