El Perú está frente a una oportunidad que no puede dejar pasar. Mientras otros países de la región empiezan a liberarse del control estatal, del populismo y de las ideologías izquierdistas que frenan el desarrollo, nosotros seguimos atrapados en la corrupción, la burocracia y la politiquería que ahogan el crecimiento nacional.
La reciente reanudación de las relaciones diplomáticas con Bolivia marca un punto clave. Esta señal el Perú debe mirarla con visión de futuro, dejar atrás el estancamiento y volver a liderar el rumbo económico de la región.
Mientras en el altiplano los bolivianos decidieron poner fin a dos décadas de populismo ideológico, en el Perú seguimos discutiendo quién roba más o quién miente mejor. Los proyectos productivos, la minería, la agroindustria y la inversión extranjera se hunden entre papeles e intereses políticos.
Pero no todo está perdido. El cambio de ciclo que el país necesita comienza por entender una verdad simple: el progreso no nace del Estado, sino del trabajo, la eficiencia y la libertad de los peruanos.
Debemos elegir autoridades que recuperen la confianza, fortalezcan la inversión y apuesten por una economía moderna y competitiva para volver a crecer.
El Perú tiene historia, talento y recursos de sobra para hacerlo. Lo que falta es decisión política y un liderazgo que crea en la libertad y en la productividad.
El ejemplo de nuestros vecinos debe servirnos como un recordatorio: los países pueden renovar su destino cuando deciden hacerlo. Y el Perú, que siempre fue motor del continente, puede volver a serlo si deja atrás la corrupción estructural y apuesta por un liderazgo con economía libre, productiva y real.
Porque llegó el momento de cambiar de ciclo, y de volver a creer que el país puede levantarse, no con promesas ni subsidios, sino con trabajo, honestidad y visión de futuro.