La historia del Hospital Antonio Lorena en Cusco es el retrato perfecto de lo que sucede cuando se elige a autoridades incapaces y negligentes. La salud de la población se convierte en un chiste cruel que se posterga año tras año.
Lo que debía ser una realidad en diciembre, hoy se posterga indefinidamente por la falta de capacidad, y lo peor es que ahora las autoridades se echan la culpa entre ellas y, encima, piden más plata.
La obra, que ya lleva 14 años en construcción y está marcada por la corrupción, hoy se frena porque hay retrasos monumentales en los pagos al consorcio constructor (cerca de S/ 260 millones). El Gobierno Regional del Cusco culpa al Pronis (el organismo nacional de inversiones) de no comunicar la ampliación de plazo, mientras la Contraloría ya había advertido el retraso desde septiembre. En lugar de trabajar, el juego es buscar a quién echarle el «muerto».
La negligencia llega a su punto más indignante cuando el gobernador regional, Werner Salcedo, admite que, incluso si el hospital estuviera listo, no podría funcionar. ¿Por qué? Porque faltan S/ 136 millones para operar, mantener los equipos y contratar personal. Es decir, se pasaron 14 años y ni siquiera planificaron cómo iba a funcionar el bendito hospital.
Cusco, que es una región que genera recursos vitales, como el gas de Camisea, los ingresos por turismo, agricultura y minería, tiene que ver cómo sus líderes desperdician dichos recursos porque no pudieron hacer una gestión básica y responsable.
Nuestra región debe aprender de una vez por todas a elegir mejor a sus autoridades. Necesitamos profesionales y gestores capaces que sepan planificar y cumplir, especialmente en temas tan sensibles como la salud de los cusqueños. Mientras sigan eligiendo a líderes que solo se excusan y piden más presupuesto, sin demostrar capacidad de ejecución, la salud de calidad no llegará nunca.