Las recientes denuncias sobre irregularidades en la remodelación del Aeropuerto Internacional Alejandro Velasco Astete de Cusco son un nuevo capítulo en la crónica de ineficiencia y corrupción que envuelve la gestión pública en el Perú. Según revelaciones periodísticas, el proceso de adjudicación llevado a cabo por CORPAC —adscrita al Ministerio de Transportes y Comunicaciones— habría estado marcado por filtraciones de información confidencial y sobrevaloraciones contractuales. Una historia que se repite.
Pero este no es un hecho aislado. El aeropuerto de Chinchero, que prometía convertirse en una moderna puerta de entrada al turismo internacional, ha sufrido demoras interminables, rediseños cuestionables y contratos que no quedan claros. Entre ambos casos se teje una misma trama: negligencia, opacidad y falta de visión de país.
El Cusco, capital histórica de América, depende en gran parte del turismo. Y el turismo depende de una infraestructura moderna, eficiente y segura. ¿Cómo se pretende reactivar una de las industrias más golpeadas por la pandemia si ni siquiera se garantiza un aeropuerto funcional? Las disputas administrativas, la corrupción encubierta bajo procesos legales, y la falta de voluntad política son hoy más perjudiciales para el desarrollo regional que cualquier otro factor externo.
Cada retraso, cada irregularidad en las obras de Velasco Astete o Chinchero, no solo significa sobrecostos. Significa menos turistas, menos empleos, menos ingresos para miles de familias cusqueñas. Significa seguir arrastrando una desconexión histórica entre el Estado central y las verdaderas necesidades del país profundo.
Lo que está en juego no es solo una obra. Es la credibilidad del sistema de contrataciones públicas, es la eficiencia del Estado, y es, sobre todo, el respeto por una región que da tanto al Perú y recibe tan poco a cambio.
El país necesita una reforma estructural del sistema de contrataciones, con mayor fiscalización, transparencia real y sanciones efectivas. Pero también necesita liderazgo, planificación y una apuesta decidida por el desarrollo descentralizado. Cusco no puede seguir pagando el precio de la corrupción limeña.
Invertir bien no es solo gastar; es construir futuro. Y el turismo del Cusco, su gente, su historia, merecen un futuro más digno y justo.