El caso de ocho policías detenidos en Cusco por robar 223 mil dólares durante un falso operativo frente a una sede del BBVA ha puesto en entredicho la integridad de la Policía Nacional. Usando armas de reglamento y vehículos oficiales, simularon una intervención por lavado de activos para apropiarse del dinero.
Lejos de ser un hecho aislado, este caso refleja una descomposición preocupante dentro de la institución encargada de garantizar nuestra seguridad.
Este escándalo evidencia graves falencias en los filtros de ingreso, formación y supervisión dentro de la PNP. Que miembros activos utilicen su investidura para cometer delitos organizados revela que la corrupción ha calado hondo, y que los controles internos son inexistentes o ineficaces.
Se suma la falta de una cultura institucional orientada a la transparencia y rendición de cuentas.
La respuesta del Estado no puede limitarse a sancionar a los responsables directos. Este caso debe marcar un punto de quiebre.
Se necesita una reforma real, profunda, que revise desde los criterios de selección hasta los mecanismos de fiscalización interna. La ciudadanía no puede seguir conviviendo con una policía que genera más temor que confianza.
Se limpia la institución desde dentro, o los casos como el de Cusco seguirán minando la credibilidad. La seguridad no puede estar en manos de quienes la pervierten.